En la vorágine diaria, muchas personas optan por “aguantarse” las ganas de ir al baño: porque están en el trabajo, viajando, en la escuela o simplemente por incomodidad. Sin embargo, especialistas advierten que esta práctica puede generar más problemas de los que imaginamos, tanto en el aparato digestivo como en el urinario.
Retener las heces: más que una molestia
El cuerpo nos avisa cuando es momento de evacuar, y postergar esa señal no es gratis. Entre las principales consecuencias se encuentran:
Estreñimiento crónico: al retener con frecuencia, el intestino se acostumbra a postergar la evacuación, lo que hace más difícil y dolorosa la eliminación.
Fisuras y hemorroides: la acumulación de materia fecal endurecida puede lesionar la mucosa anal y favorecer la aparición de hemorroides.
Impacto psicológico: la incomodidad constante y la dificultad para evacuar generan ansiedad y estrés, lo que agrava el problema digestivo.
Retener la orina: un riesgo silencioso
En el caso de la vejiga, la situación no es menos delicada. Aguantar las ganas de orinar por mucho tiempo puede derivar en:
Infecciones urinarias: al retener la orina, las bacterias tienen más tiempo para multiplicarse, aumentando el riesgo de cistitis y otras infecciones.
Debilitamiento de la vejiga: el músculo pierde fuerza si se fuerza de manera constante a retener, dificultando el vaciado completo en el futuro.
Riesgo en los riñones: cuando la vejiga está demasiado llena, la orina puede refluir hacia los riñones, generando posibles daños renales.
Una señal que hay que escuchar
El mensaje de los especialistas es claro: el cuerpo nos habla, y es importante escucharlo. Las ganas de ir al baño no son un capricho fisiológico, sino una necesidad que, si se posterga de manera habitual, puede tener consecuencias a largo plazo.
Cuidar la salud intestinal y urinaria comienza con un gesto simple: respetar los tiempos naturales del cuerpo.